"¡Profe, a uno lo contratan por su inteligencia cognitiva, pero luego lo promueven por su inteligencia emocional!" Estas palabras de un gerente son contundentes y ciertas; además, permiten comprender por qué a algunas personas les va bien y a otras no, ya sea en su carrera profesional o en la vida misma.
El dominio de lo cognitivo se refiere a los conceptos, reglas de la ciencia, modelos analíticos e información. Son conocimientos y habilidades que se han aprendido paulatinamente y que tienen un valor para una organización dispuesta a pagar por usarlos. ¿Conoce usted personas que saben mucho pero qué, a pesar de ello, no logran progresar en sus ámbitos de trabajo? La razón es que los conocimientos no bastan.
La sabiduría, en cambio, se refiere a la prudencia de discernir cuánto conocimiento aplicar, cómo, dónde y cuándo, para el bien propio y el ajeno. Aquí surge entonces la inteligencia emocional, la habilidad de decidir las mejores conductas para cultivar relaciones efectivas apoyadas por la inteligencia cognitiva.
Desdichadamente, es frecuente encontrar personas que poseen amplia inteligencia cognitiva, pero parecieran no tener criterio para usarla con comprensión y respeto hacia los otros miembros de su equipo de trabajo, creando entonces relaciones conflictivas, decepciones frecuentes y falta de credibilidad. Los conocimientos se pueden adquirir, comprar y aprender; pero la sabiduría emocional se basa en valores, propósitos de vida y sentido de misión personal en su familia, en la empresa o en su comunidad.
Sin prudencia no se llega lejos y sin relaciones constructivas a ninguna parte. Con los conocimientos se arranca, pero con la inteligencia emocional se avanza.
¿De qué sirve conocer si no se tiene sabiduría? Las organizaciones y equipos que alcanzan éxitos sostenibles y crecientes están integradas por personas con sentido crítico, con madurez para aceptar que se equivocan, que aprenden de sus errores y que consolidan relaciones productivas basadas en una inteligente gestión de sus emociones.
Si al conocimiento se le agrega buen comportamiento, el premio será el crecimiento. Bien hacen las personas que, lejos de sentirse obligadas a tener todas las respuestas, plantean preguntas; las que en lugar de imponer decisiones o culpar a otros por las faltas, despiertan la imaginación y el pensamiento crítico, creativo y conjunto en las organizaciones.
Ingresar a una organización depende de cuánto se conoce, pero alcanzar posiciones de liderazgo desde las que se influye positivamente su rumbo, será logrado por quienes sigan el consejo de Albert Einstein: "La sabiduría no es producto de la educación sino de toda una vida por adquirirla."
German.retana@incae.edu
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