viernes, 1 de abril de 2011

SE NOS ACABA DE IR EL PADRE ENRIQUE


Padre Mellano
P. Julio Soto, SDB


Escribo con un nudo en la garganta. Este 31 de marzo de 2007 se fue a gozar con el Señor el Padre Enrique Mellano, italiano de nacimiento y dominicano de adopción y de nacionalidad. Había cumplido el 7 de marzo pasado sus 84 años.

En uno de sus artículos en el “Listín Diario”, hablando del Padre Altamira, fallecido hacía algunos días, narraba Mons. José Francisco Arnáiz la visita de un exalumno suyo al pequeño cementerio de los jesuitas en Manresa Loyola. Conmovido, el visitante exclamó que los ahí enterrados en tumbas sencillas son unos próceres. Así es.

El Padre Enrique fue un prócer. Un prócer de aquellos que en el silencio gastan su vida por los otros. Esta patria dominicana no lo vio nacer, pero él la amó más que nadie y la hizo suya. Fueron 56 los años vividos en esta su segunda patria, hasta su muerte. No le escuché decir jamás: “ustedes los dominicanos”, sino “nosotros”. Recuerdo aquel día del año 2002 en que juró por la Bandera Dominicana. Como buen hijo de su tierra piamontesa, en el norte de Italia, no acostumbraba exteriorizar sus emociones. En el juramento a la Bandera no sólo se emocionó sino que, habiendo amado tanto a esta tierra dominicana, afirmó solemnemente que sus restos reposarían en ella. Hemos cumplido. Te has quedado para siempre con nosotros, Padre Enrique.  

Lo vimos llegar a Jarabacoa en aquel ya lejano 1° de noviembre de 1951. Yo era un adolescente. Como buen hijo de Don Bosco, desde que llegó a la República Dominicana su entrega a los jóvenes fue total.

En un primer momento estuvo con los aspirantes salesianos de Jarabacoa. En ese grupo de jóvenes estaba Mons. Fabio M. Rivas, los padres Teófilo Castillo, Jesús María Tejada, Jerónimo Taveras, Cornelio Santana, Johnny Guzmán y Plinio Comprés, recientemente fallecido. Estaba también en ese grupo quien escribe, Padre Julio Soto, y los salesianos coadjutores Eligio Batista y José Ramos.  

Su labor en tierra cibaeña fue corta. En el año 1952 el Padre Enrique pasó a la Escuela Salesiana de Artes y Oficios, en Santo Domingo. En ese lugar se sembró y desde allí realizó gran parte de su  labor educativa y religiosa. Al ser trasladados en el 1956 los talleres al barrio María Auxiliadora, al que es hoy el Instituto Técnico Salesiano, los locales se convirtieron en el actual Colegio Don Bosco, ahora con más de 50 años de labor. Fue el Padre Enrique su fundador. Los exalumnos de esos años lo recuerdan con cariño y agradecimiento. Lo han demostrado en sus días de enfermedad. Varios de ellos han tenido incidencia en acontecimientos importantes de la historia de los últimos 50 años. Son muchos los que han considerado al Padre Enrique un segundo padre. 

Vivió en carne propia los últimos diez años de la dictadura y los años siguientes, incluida la revolución de abril. Fueron años muy difíciles. Omitimos las anécdotas, algunas de ellas teñidas de heroísmo,  por amor a la brevedad.

En el año 1966 es nombrado Director del Instituto Técnico Salesiano. A él se debe este nombre. También aquí su principal propósito fue formar jóvenes para la vida.

En el 1972 es nombrado Vicario del Provincial Salesiano de las Antillas, con sede en su querido Don Bosco. En el 1978 fue nombrado Provincial Salesiano de las Antillas. Fueron seis años muy duros. Como si fuera poco, apenas terminado su sexenio como Provincial y después de un año con los prenovicios salesianos, es nombrado nuevamente Director del Instituto Técnico Salesiano. Después de dos años regresó como Director al Colegio Don Bosco, ya con 64 años sobre sus hombros. Aunque le costaba, se entregó con igual ánimo. 

Después de esos 6 años se le pidió dirigir la comunidad de la nueva sede de la Inspectoría Salesiana de las Antillas. No obstante la edad, no se negó. Realizó su labor hasta el  2002, año en el que regresó nuevamente al Colegio Don Bosco. Regresó adonde había empezado. Hasta el final procuraba ser útil en aquello que se le pedía. Se puede decir que murió en la brecha. Para él no hubo jubilación. 

Pocos días antes de su muerte les confesó a las dos personas que lo asistían que siempre había sido fiel a Don Bosco. Jamás salió de sus labios una queja o murmuración sobre los obispos. Durante varios años, no obstante la carga de trabajo, rindió su labor en la Nunciatura Apostólica en los peores momentos de la dictadura y aún más tarde. Fue durante años uno de los pilares de la antigua Unión Nacional de Colegios Católicos, hoy Unión Nacional de Escuelas Católicas y de la Conferencia Dominicana de Religiosos (CONDOR). En los últimos años los Salesianos Cooperadores fueron la niña de sus ojos.  Para las Hijas de María Auxiliadora, fue siempre un Padre.

El 24 de abril de 1990 fue declarado Munícipe Distinguido de la Ciudad de Santo Domingo. El 23 de abril de 1996 recibió una placa de la Casa de Italia en “reconocimiento […] por la contribución y ayuda brindada al pueblo dominicano”.

Ahora, Padre Enrique, te hablo a ti. En tu corta y dolorosa enfermedad llegaste a decir: “Qué difícil es subir al Cielo”. Te referías a que estabas viviendo tu Pasión antes de llegar a la Resurrección. Tu sobrino Giovanni, en nombre de toda la familia, apenas recibida la noticia de tu muerte, me escribió: “La hora más triste ha llegado. El dolor es grande, la tristeza ha bajado a nuestra casa; pero, como ya le dije al Padre Mario Ghietti por teléfono, estamos orgullosos de tener un tío tan grande, así como también ustedes están agradecidos por haberlo tenido como compañero, maestro, padre espiritual, director, inspector, amigo, ejemplo de vida. ¡Por todo esto le damos gracias al Señor!  Recordamos al tío Enrique con su sonrisa y con todo lo que nos enseñó. Esto nos ayuda a enjugar las lágrimas y nos da la fuerza para afrontar lo días por venir sin su presencia física, pero con la certeza de su ayuda benévola desde el Paraíso donde ahora continúa su misión a completa disposición del Señor, alabando a María Auxiliadora, junto a San Juan Bosco, la gran luz de su vida”.

Esta misión te la ha encomendado tu sobrino. Te la encomendamos también nosotros. Tus funerales fueron la apoteosis del siervo bueno y fiel que acababa de entrar en el seno de su Señor. Gracias por tu entrega generosa a la Iglesia y al pueblo dominicano. Gracias por tu entrega a la acción educativa. Gracias por quedarte con nosotros. Seguiremos tus huellas. 

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