viernes, 1 de abril de 2011

Padre Enrique Mellano



Por: Emmanuel Esquea Guerrero (Listin Diario 4/11/2007 10:39:00 PM)
El pasado día 31 -comenzada ya la noche- murió en esta ciudad de Santo Domingo de Guzmán, el padre Enrique Mellano, miembro de la Congregación Salesiana  fundada por San Juan Bosco (Don Bosco), en Turín, Italia.
Para los salesianos, el 31 tiene una significación especial, pues ese día del mes de enero se celebra el día de Don Bosco. Y este año, el 31 de marzo fue el último día de la Cuaresma, previo al Domingo de Ramos que dio inicio a la Semana Santa.
 
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Parecería que Dios quiso que la muerte del padre Enrique nos recordara la festividad de Don Bosco y su propia pasión y muerte. Estas coincidencias no resultan fortuitas si tenemos en cuenta que el padre Enrique dedicó 73 de sus 84 años a la Congregación Salesiana y durante toda su vida buscó servir al Señor a través del amor a sus criaturas.

Este sacerdote, a quien conocí  teniendo yo apenas 9 años y tuve siempre como mi personaje viviente favorito, fue un ser excepcional: hombre estoico que supo vivir alejado de los placeres y hasta de las satisfacciones materiales más elementales. Fue  sobrio en el vestir y aunque fuera el director, su sotana se confundía con la de cualquier clérigo. Luego cuando estas dejaron de usarse diariamente, su chacabana parecía siempre haber perdido el color.
Su cuerpo, que no conjugaba con el gran corazón que albergaba,  estaba acostumbrado al ayuno y a la abstinencia. Sólo eso explica que pudiera soportar una agonía tan larga a pesar de la terrible enfermedad que padecía. Fue discreto en el hablar: decía lo necesario, nunca hizo insinuaciones ni críticas y si le tocaban un tema controversial prefería callar.
A pesar de la reciedumbre de su carácter, fundamentado en la convicción de los principios en que creía, era humilde en sus relaciones con los demás. Sabía imponer su autoridad, pero también era sumiso ante los superiores de su congregación y de la Iglesia. Escuchar y solidarizarse con las dificultades ajenas, fue otro de los grandes rasgos que perfilaron su personalidad.
Tuve la dicha de compartir con él asiduamente durante el mes que precedió a su fallecimiento y fue entonces cuando pude apreciar su valentía. Sabiendo que su mal era fatal y no obstante las molestias y dolores que le causaba, nunca oí un quejido ni un reproche y por el contrario, expresaba mucho amor a Dios, a Don Bosco, y especialmente a María Auxiliadora, a quien rezaba con frecuencia el rosario anular que portaba.
Pero el padre Enrique fue más que cristiano y sacerdote: fue también  un patriota. Habiendo nacido en Italia, vivió en nuestro país durante 54 años y pocos años antes de morir quiso adoptar nuestra nacionalidad pidiendo que sus restos descansaran en estas tierras. Su amor por este país, quedó demostrado con la dedicación que durante todos esos años tuvo hacia la juventud dominicana.
Primero como profesor de novicios en el Seminario de Jarabacoa; luego como director de la Escuela Salesiana de Artes y Oficios (hoy Instituto Técnico Salesiano) en dos ocasiones, y finalmente, como director dos veces, del colegio Don Bosco. Muchos somos los dominicanos que debemos nuestra formación escolar, técnica y sobre todo personal, a los desvelos del padre Enrique. Fue más que un profesor, era un maestro. Nos enseñaba las nociones necesarias para ampliar el conocimiento, pero al mismo tiempo, con su propio ejemplo, nos inducía  a ser buenos cristianos, buenos hijos y buenos ciudadanos, inculcándonos los conceptos del deber, la honradez, la honestidad, la solidaridad y el amor al prójimo.
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Erudito y pedagogo singular. Lo recuerdo en la enseñanza  de la Literatura Española y de la Historia de América. El  conocimiento profundo de estas materias  (a pesar de su origen italiano) le permitía ir más allá de los simples  textos escolares, llevándonos a hacer comparaciones universales que  nos daban una visión integral de esas disciplinas.
Su vocación por la enseñanza no era solamente colectiva, sino que también sabía dedicar tiempo para de manera individual, afianzar conceptos y dar consejos sobre como mejorar el aprendizaje. Lo mismo hacía  respecto al comportamiento disciplinario: Siempre hubo una actitud de comprensión ante una inconducta o una palabra de estímulo para superarnos en el comportamiento.
La religión y la educación fueron los grandes amores de su vida. Eso explica el porque  a sólo horas de morir, pedía insistentemente en la clínica que le rezaran el Padre Nuestro y el Ave María y que lo llevaran de vuelta al Colegio.  
En un artículo publicado en el Listin Diario el  día 2 del presente mes, Su Eminencia Reverendísima Nicolás Cardenal López Rodríguez refiriéndose a  un libro recién publicado sobre la vida de su Santidad Juan Pablo II, decía que el Cardenal Asistente del Papa  refirió al autor que a la hora de la muerte de su Santidad, en vez de rezar el Réquiem, todos los presentes cantaron el Te Deum.
Ante la ausencia del Padre Enrique de esta vida terrenal, los que le conocimos y amamos elevamos una oración al Altísimo,  seguros de que lo recibirá y cumplirá en él su promesa de vida eterna; pero también debemos entonar canciones de agradecimiento a Dios por habernos permitido disfrutar de la compañía del Padre Enrique.
Nuestra Santa Madre Iglesia suele reconocer la calidad de Santos a aquellos cristianos que  luego de su muerte, dan demostración de gozar de la gracia del Señor para hacer milagros. Ese don, es la recompensa de haber tenido un gran amor a Dios y a los hombres. Este es un premio que seguramente Dios le tiene reservado al Padre Enrique. Amén.

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